lunes, 3 de diciembre de 2018

3 DICIEMBRE. DÍA DE LA DISCAPACIDAD



En este día tan especial y en el resto de los 364 días del año, nuestro colegio trabaja para atender a la diversidad de nuestro alumnado para que todos lleguen a lo máximo según sus necesidades y características personales.

Ningún niño o niña del Vicente es diferente en igualdad de oportunidades, en atenciones afectivas, en discriminación de sus diferencias, en sus aprendizajes.

Les enseñamos a ser amables, a aceptar y ayudar a todos los compañeros sin importarles sus diferencias.

Trabajamos para que todos sean felices, sean respetados y aceptados sin limitación alguna. 

Les hacemos brillar a todos tal y como son, con sus peculiariadades y necesidades  y lo celebramos con ellos cada día haciéndoles cada vez más capaces y que la normalización e inclusión esté siempre presente. 

Por ello, en honor a esos niños con alguna limitación, debemos concienciar a la sociedad desde todos los ámbitos de que no son diferentes, son un regalo de la vida. Pues el mayor discapacitado es el que les mira con otros ojos y sin corazón.  Como decía Antoine Saint Exupéry en el Principito : "lo esencial es invisible a los ojos, solo el corazón puede verlo y sentirlo".

Por ellos, por nosotros , por todos, para que ayudándonos "construyamos un mundo mejor".

Os dejamos un bonito video con un buen mensaje. Tenerlo siempre presente. GRACIAS!!! 

MªÁngeles González López
Profesora de Pedagogía Terapéutica

viernes, 27 de abril de 2018

Sí es problema nuestro cómo educas a tus hijos


No criamos a nuestros niños para vivir en una isla desierta, sino para formar parte de la sociedad (su sociedad) cuando sean adultos.

Existe una idea muy arraigada acerca de que la educación de los hijos es un asunto privado, que solo concierne a los padres, olvidando casi siempre que no les educamos para vivir en una isla desierta, sino para ser quienes tendrán la inevitable responsabilidad de formar parte de la sociedad (su sociedad) cuando sean adultos.

Educar es un compromiso de mucha responsabilidad  para con nuestros hijos. Un proceso en el que debemos  acompañar, estimular y guiar sus aprendizajes de forma que lleguen a convertirse en la mejor versión de sí mismos. Y también, para contribuir a formar parte de una sociedad más humana, más ética y más constructiva.

En un mundo irremediablemente egocéntrico, educado en criterios competitivos en vez de cooperativos, donde el hedonismo y el acaparatismo ocupan los primeros puestos en la escala de valores colectiva, se nos olvida o no queremos asumir que no basta con transmitir lo que tengo codificado por genética o por aprendizaje, sino que es imprescindible hacer un ejercicio de consciencia, de autocrítica, de revisión y de reeducación constante.

Cuando un niño o niña tiene teléfono móvil con nueve años, es problema de todos. Por más que algunos padres tratemos de no precipitar o exponer a nuestros hijos a estímulos que no les corresponden por edad, otros sí lo hacen y es cuando se convierte en un problema común.

Cuando también se les valida en casa el “ojo por ojo”, el “da tu primero”, el “si ves que están acosando a alguien no te metas”. Estamos contribuyendo a perpetuar una sociedad violenta que hace de la venganza y el resentimiento una herramienta válida y aceptada.

Cuando permites que tu hijo vea películas para adultos, que juegue a videojuegos que nada le aportan salvo basura, sin control de tiempo ni control,  cuando te burlas de alguien que sale en la tele o de tu vecino, cuando insultas a alguien en una conversación aparentemente trivial, cuando juzgas en voz alta a los otros, cuando en casa se pierde el respeto y las personas se agreden de una u otra manera, también es un problema de todos.

Cuando no controlas qué hace tu hijo con Internet, cuando permites que entre y forme parte de las redes sociales sin tener la edad adecuada para ello. Cuando no estás presente en su vida, cuando no dedicas una ínfima parte de tu tiempo a escuchar lo que tenga que decirte. Cuando has reducido tu tarea de educar a una especie de cuidador vespertino ocupado nada más que en la logística o en sus notas, también todas estas situaciones son un problema de todos.

Cuando le pegas una bofetada o una “inofensiva” colleja, cuando le levantas la voz, cuando le ofendes o le criticas, estás contribuyendo a perpetuar el maltrato. De verdad crees que él no hará lo mismo con quienes crea más débiles o inferiores. Y si es niña, ¿vas a preguntarte por qué se deja manipular o maltratar por otros niños? ¿O por qué ella misma se comporta así?

Cuando un niño acumula tanta frustración, tanta falta de respeto y de límites, una ausencia de contención y presencia, que haga que necesite vomitarlo en forma de maltrato a otros cuando llega al colegio, es también un problema de todos.

Y es un problema para todos porque aquellos padres que sí se ocupan de educar en el respeto, en la ética, en el buen trato, aquellos que sí están presentes en la vida de sus hijos y han hecho de su educación el compromiso más esencial de sus vidas; aquellos que se han esforzado en reeducarse para poder educar desde un lugar distinto, más amable y solidario

Y aquellos que han tenido el coraje de apostar por un modelo que sea parte de la solución y no del problema haciendo de la tarea educativa un “más difícil todavía” y que han apostado por cambiar una sociedad que conocen decadente y podrida, ellos  no se merecen ni necesitan encontrar más obstáculos cuando sus hijos salen al mundo, muchas veces convirtiéndose en las irónicas e injustas víctimas de quienes siguen educando en el “siempre se ha hecho así”.

“Son cosas de niños” dicen cuando un niño se queja y le duele porque otro le maltrató. “Es normal, toda la vida ha sido así”. Y tienen razón, son cosas de niños violentos y ofensivos que se convertirán en adultos violentos y ofensivos porque han interiorizado como buenos y normales los valores más podridos y arraigados de una sociedad que ha incorporado el maltrato como inherente a la naturaleza humana y han hecho del “sálvese quien pueda” su justificación.

No, tu hijo de nueve o 10 años no necesita un iPhone. Lo que necesita es tu insustituible presencia, nutrir su alma con montones de momentos compartidos y recibir un legado que no consiste en cosas, sino en la constatación de que fue y es un ser humano valorado, reconocido y amado y una escala de valores que solo podrás transmitir a través de tu ejemplo.

*Olga Carmona es psicóloga y experta en psicopatología de la infancia y la adolescencia.

lunes, 8 de enero de 2018

LOS NIÑOS NECESITAN SER FELICES, NO LOS MEJORES

Un artículo de Jennifer Delgado Suárez, psicóloga. 


Vivimos en una sociedad altamente competitiva en la que parece que nada es suficiente y tenemos la sensación de que si no nos ponemos las pilas, nos quedaremos rápidamente atrás, siendo barridos por los nuevos adelantos. 

Por eso, no es extraño que en las últimas décadas muchos padres hayan asumido un modelo de educación sustentado en la hiperpaternidad. Se trata de padres que desean que sus hijos estén preparados para la vida, pero no en el sentido más amplio del término sino en el más restringido: quieren que sus hijos tengan los conocimientos y las habilidades necesarias para hacerse de una buena profesión, obtener un buen trabajo y ganar lo suficiente.

Estos padres se han planteado una meta: quieren que sus hijos sean los mejores. Para lograrlo, no dudan en apuntarles en miles de actividades extraescolares, allanarles el camino hasta límites inverosímiles y, por supuesto, empujarles al éxito a cualquier costo. Y lo peor de todo es que creen que lo hacen "por su bien".

El principal problema de este modelo educativo es que añade una presión innecesaria sobre los pequeños, una presión que termina arrebatándoles su infancia y crea a adultos emocionalmente rotos.

LOS PELIGROS DE EMPUJAR A LOS NIÑOS AL ÉXITO

Bajo presión, la mayoría de los niños son obedientes y pueden llegar a alcanzar los resultados que sus padres les piden pero, a la larga, de esta forma solo se consigue limitar su pensamiento autónomo y las habilidades que le pueden conducir al éxito real. Si no le damos espacio y libertad para encontrar su propio camino porque le colmamos de expectativas, el niño no podrá tomar sus propias decisiones, experimentar y desarrollar su identidad.

Por eso, pretender que los niños sean los mejores encierra graves peligros:

Genera una presión innecesaria que les arrebata su infancia. La infancia es un período de aprendizaje, pero también de alegría y diversión. Los niños deben aprender de manera divertida, deben equivocarse, perder el tiempo, dejar volar su imaginación y pasar tiempo con otros niños. Esperar que los niños sean “los mejores” en determinado campo, poniendo sobre ellos expectativas demasiado elevadas, solo hará que sus frágiles rodillas se dobleguen ante el peso de una presión que no necesitan. Esta forma de educar termina arrebatándoles su infancia.

Provoca una pérdida de la motivación intrínseca y el placer. Cuando los padres se centran más en los resultados que en el esfuerzo, el niño perderá la motivación intrínseca porque comprenderá que cuenta más el resultado que el camino que ha seguido. Por tanto, aumentan las probabilidades de que cometa fraude en el colegio, por ejemplo, ya que no es tan importante lo que aprenda como la nota que consiga. De la misma manera, al centrarse en los resultados, pierde el interés por el camino, y deja de disfrutarlo.

Planta la semilla del miedo al fracaso. El miedo al fracaso es una de las sensaciones más limitantes que podemos experimentar. Y esta sensación está íntimamente vinculada con la concepción que tengamos sobre el éxito. Por tanto, empujar a los niños desde temprano al éxito a menudo solo sirve para plantar en ellos la semilla del 
miedo al fracaso. Como consecuencia, es probable que estos pequeños no se conviertan en adultos independientes y emprendedores, como quieren sus padres, sino que sean personas que apuesten por lo seguro y acepten la mediocridad solo porque tienen miedo a fracasar.

Genera una pérdida de autoestima. Muchas de las personas más exitosas, profesionalmente hablando, no son seguras de sí. De hecho, muchas supermodelos, por ejemplo, han confesado que creen que son feas o están gordas, cuando en realidad son iconos de belleza. Esto sucede porque el nivel de perfeccionismo al que siempre han estado sometidas les hace creer que nunca será suficiente y que basta el más mínimo error para que los demás las desprecien. Los niños que crecen con esta idea se convierten en adultos inseguros, con una baja autoestima, que creen que no son lo suficientemente buenos como para ser amados. Como resultado, viven pendientes de las opiniones de los demás.

¿QUÉ DEBE SABER REALMENTE UN NIÑO?

Los niños no necesitan ser los mejores, solo necesitan ser felices. Por eso, solo debes cerciorarte de que tu hijo sepa:

- Que es amado, de forma incondicional y en todo momento, sin importar los errores que cometa.

- Que está a salvo, que le protegerás y apoyarás siempre que puedas.

- Que puede hacer el tonto, perder el tiempo fantaseando y jugar con sus amigos.

- Que puede elegir lo que más le gusta y dedicarse a esa pasión, sin importar de qué se trate.

 - Que puede pasar su tiempo libre haciendo collares de flores o pintando gatos con seis patas si es lo que le apetece, en vez de practicar la fonética o el cálculo.

- Que es una persona especial y maravillosa, al igual que muchas otras personas en el mundo.

- Que merece respeto y que debe respetar los derechos de los demás.

¿Y QUÉ NO DEBEN OLVIDAR LOS PADRES?

También es fundamental que los padres sepan:

- Que cada niño aprende a su propio ritmo, y que no deben confundir la estimulación que desarrolla con la presión que agobia.

- Que el factor que más influye en el rendimiento académico infantil es que los padres les lean a sus hijos, que les dediquen un rato cada noche para cultivar juntos esa pasión por la lectura, no las escuelas carísimas o los juguetes hipertecnológicos.

- Que el niño que mejores calificaciones saca casi nunca es el pequeño más feliz porque la felicidad no se mide en esos términos.

- Que los niños no necesitan más juguetes sino una vida más sencilla y despreocupada, así como más tiempo con los padres.

- Que los niños merecen la libertad para explorar todo y decidir por ellos mismos que les gusta y les hace felices.


·         Fuente: rinconpsicologia.com

                                                                                                                     Mª Ángeles González López

Profesora de Pedagogía Terapéutica

 EL EQUIPO DE ATENCIÓN A LA DIVERSIDAD OS DESEA A TODA LA COMUNIDAD EDUCATIVA  UN  FELIZ 2018


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