miércoles, 26 de octubre de 2016

LOS NIÑOS NECESITAN SER FELICES, NO LOS MEJORES

Vivimos en una sociedad altamente competitiva en la que parece que nada es suficiente y tenemos la sensación de que si no nos ponemos las pilas, nos quedaremos rápidamente atrás, siendo barridos por los nuevos adelantos. 

Por eso, no es extraño que en las últimas décadas muchos padres hayan asumido un modelo de educación sustentado en la hiperpaternidad. Se trata de padres que desean que sus hijos estén preparados para la vida, pero no en el sentido más amplio del término sino en el más restringido: quieren que sus hijos tengan los conocimientos y las habilidades necesarias para hacerse de una buena profesión, obtener un buen trabajo y ganar lo suficiente.

Estos padres se han planteado una meta: quieren que sus hijos sean los mejores. Para lograrlo, no dudan en apuntarles en miles de actividades extraescolares, allanarles el camino hasta límites inverosímiles y, por supuesto, empujarles al éxito a cualquier costo. Y lo peor de todo es que creen que lo hacen "por su bien".

El principal problema de este modelo educativo es que añade una presión innecesaria sobre los pequeños, una presión que termina arrebatándoles su infancia y crea a adultos emocionalmente rotos.

LOS PELIGROS DE EMPUJAR A LOS NIÑOS AL ÉXITO 


Bajo presión, la mayoría de los niños son obedientes y pueden llegar a alcanzar los resultados que sus padres les piden pero, a la larga, de esta forma solo se consigue limitar su pensamiento autónomo y las habilidades que le pueden conducir al éxito real. Si no le damos espacio y libertad para encontrar su propio camino porque le colmamos de expectativas, el niño no podrá tomar sus propias decisiones, experimentar y desarrollar su identidad.

Por eso, pretender que los niños sean los mejores encierra graves peligros:
Genera una presión innecesaria que les arrebata su infancia. La infancia es un período de aprendizaje, pero también de alegría y diversión. Los niños deben aprender de manera divertida, deben equivocarse, perder el tiempo, dejar volar su imaginación y pasar tiempo con otros niños. Esperar que los niños sean “los mejores” en determinado campo, poniendo sobre ellos expectativas demasiado elevadas, solo hará que sus frágiles rodillas se dobleguen ante el peso de una presión que no necesitan. Esta forma de educar termina arrebatándoles su infancia.

Provoca una pérdida de la motivación intrínseca y el placer. Cuando los padres se centran más en los resultados que en el esfuerzo, el niño perderá la motivación intrínseca porque comprenderá que cuenta más el resultado que el camino que ha seguido. Por tanto, aumentan las probabilidades de que cometa fraude en el colegio, por ejemplo, ya que no es tan importante lo que aprenda como la nota que consiga. De la misma manera, al centrarse en los resultados, pierde el interés por el camino, y deja de disfrutarlo.

Planta la semilla del miedo al fracaso. El miedo al fracaso es una de las sensaciones más limitantes que podemos experimentar. Y esta sensación está íntimamente vinculada con la concepción que tengamos sobre el éxito. Por tanto, empujar a los niños desde temprano al éxito a menudo solo sirve para plantar en ellos la semilla del 
miedo al fracaso. Como consecuencia, es probable que estos pequeños no se conviertan en adultos independientes y emprendedores, como quieren sus padres, sino que sean personas que apuesten por lo seguro y acepten la mediocridad solo porque tienen miedo a fracasar.

Genera una pérdida de autoestima. Muchas de las personas más exitosas, profesionalmente hablando, no son seguras de sí. De hecho, muchas supermodelos, por ejemplo, han confesado que creen que son feas o están gordas, cuando en realidad son iconos de belleza. Esto sucede porque el nivel de perfeccionismo al que siempre han estado sometidas les hace creer que nunca será suficiente y que basta el más mínimo error para que los demás las desprecien. Los niños que crecen con esta idea se convierten en adultos inseguros, con una baja autoestima, que creen que no son lo suficientemente buenos como para ser amados. Como resultado, viven pendientes de las opiniones de los demás.

¿QUÉ DEBE SABER REALMENTE UN NIÑO? 
Los niños no necesitan ser los mejores, solo necesitan ser felices. Por eso, solo debes cerciorarte de que tu hijo sepa:

- Que es amado, de forma incondicional y en todo momento, sin importar los errores que cometa.

- Que está a salvo, que le protegerás y apoyarás siempre que puedas.

- Que puede hacer el tonto, perder el tiempo fantaseando y jugar con sus amigos.

- Que puede elegir lo que más le gusta y dedicarse a esa pasión, sin importar de qué se trate. Que puede pasar su tiempo libre haciendo collares de flores o pintando gatos con seis patas si es lo que le apetece, en vez de practicar la fonética o el cálculo.

- Que es una persona especial y maravillosa, al igual que muchas otras personas en el mundo.

- Que merece respeto y que debe respetar los derechos de los demás.

¿Y QUÉ NO DEBEN OLVIDAR LOS PADRES? 

También es fundamental que los padres sepan:

- Que cada niño aprende a su propio ritmo, y que no deben confundir la estimulación que desarrolla con la presión que agobia.

- Que el factor que más influye en el rendimiento académico infantil es que los padres les lean a sus hijos, que les dediquen un rato cada noche para cultivar juntos esa pasión por la lectura, no las escuelas carísimas o los juguetes hipertecnológicos.

- Que el niño que mejores calificaciones saca casi nunca es el pequeño más feliz porque la felicidad no se mide en esos términos.

- Que los niños no necesitan más juguetes sino una vida más sencilla y despreocupada, así como más tiempo con los padres.

- Que los niños merecen la libertad para explorar todo y decidir por ellos mismos que les gusta y les hace felices.

·         Fuente: rinconpsicologia.com ( Un artículo de Jennifer Delgado Suárez, psicóloga. )

Mª Ángeles González López
Profesora de Pedagogía Terapéutica

BIENVENIDOS AL NUEVO CURSO 2016-17


Estimados padres y profesor@s:

El equipo de Atención a la Diversidad del colegio Vicente Aleixandre  sigue publicando con mucha ilusión artículos de carácter educativo y pedagógico que deseamos sean de su interés y sean útiles para la educación de sus hij@s y para seguir formándonos en temas de actualidad que consideramos necesarios.

Estamos abiertos a que nos soliciten temas que les interesen y no hayamos tratado todavía.

Muchas gracias por leernos...!


jueves, 14 de abril de 2016

OCHO ALTERNATIVAS A GRITAR QUE FUNCIONAN...

Conseguir que nuestros hijos pequeños nos escuchen y obedezcan puede ser un reto en ciertos momentos. Aunque estemos frente a un niño obediente siempre habrá momentos en los que su cansancio, el contexto de juego con sus hermanos u otra cosa que le llame más su atención que tu propia voz haga que simplemente no te escuche. En algunas ocasiones puede ser divertido unirse al juego, o dejar al niño que se quede en su mundo, pero en otras necesitaremos que nuestro hijo nos atienda.  Cuando esto no ocurre de manera natural, el primer instinto será gritar.
Todos los padres gritan en alguna ocasión. El grito aparece de manera natural cuando nos sentimos frustrados porque nuestros hijos no nos escuchan. Si estamos cansados o malhumorados es más fácil que acabemos soltando un grito. Sin embargo, a la mayoría de niños no les gusta que sus padres griten y la mayoría de padres no les gusta que sus hijos solo les escuchen cuando gritan. A continuación puedes encontrar 8 estrategias eficaces para reducir al máximo los gritos en tu casa.
1.    Pon normas claras
La primera regla de oro para evitar los gritos es tener una serie de normas claras que faciliten la convivencia. Unas normas claras a la mesa, unas reglas que delimiten los tiempos de televisión, juego y ayuda en casa, permitirán que los niños estén centrados en lo que tienen que estar y que tengan los oídos despejados y la mente preparada para escuchar y hacer lo que le pedimos.
2.    Establece el protocolo de emergencia
Acuerda un protocolo de emergencia con tus hijos. Después de un día en el que les grité a mis hijos (2, 3 y 5 años de edad) a la hora de la cena porque no me estaban obedeciendo, ellos me regañaron y me dijeron lo mal que se sentían cuando me enfadaba tanto. Yo reconocí mi fallo y les pedí que me dieran una alternativa. Ellos estuvieron de acuerdo que mi labor de padre era difícil si mi única alternativa era el grito, así que acordamos tener una especie de “protocolo de emergencia”. Acordamos entre todos que, antes de gritar, les avisaría. La señal para acordamos para avisarles de que estaba a punto de estallar sería contar hasta tres, avisando de antemano que estaba a punto de gritar. En cuanto veo que mis ánimos se están cargando, les digo, “Estoy a punto de enfadarme de verdad, voy a contar hasta tres y os quiero a todos sentados a la mesa…”. Con esta señal su cerebro sabe inmediatamente que están sobrepasando el límite de mi paciencia (que si, como la de todos, tiene un límite) y enseguida obedecen. Ellos tienen una señal de aviso que les sirve para reaccionar y a todos nos parece un trato justo. Si no lo has hecho, no lo dudes; acuerda con tus hijos un “protocolo de emergencia” y ahorraréis gritos y disgustos.
3.    Actúa como si fuera sordo
Para llamar la atención de una persona sorda no la puedes gritar (ni tampoco hablar), porque simplemente no te puede escuchar. Con un hijo que está absorto mirando algo o enloquecido jugando con sus hermanos puede pasar lo mismo. El colectivo de personas sordas utiliza otras estrategias para llamar la atención de sus compañeros sordos. La que más utilizo en casa es tocar el hombro de mis hijos para llamar su atención. El contacto físico hace que podamos llegar al cerebro del niño por una vía poco habitual lo que provocará su sorpresa y aumentará la probabilidad de que nos preste atención.
4.    ¿Has probado a pedirlo por favor?
La palabra mágica, no solo funciona con los adultos. Los niños también prestan más atención cuando les pedimos las cosas por favor. Desde los dos años de edad los niños desarrollan su instinto altruista y son más proclives a actuar de una determinada manera cuando perciben que están ayudando a otra persona. Pedir al niño que, por favor, nos escuche o nos ayude, aumentará las probabilidades de que el niño preste la atención.
5.    Díselo al oído
Esta es una estrategia que me funciona especialmente bien. Cuando  decimos algo al oído normalmente ponemos la mano alrededor de la oreja, permitiendo el contacto físico. Ese contacto físico hará que su cerebro segregue oxitocina (la hormona del vínculo y la unión) facilitando que el niño te preste más atención. Así mismo, cuando susurramos, su atención auditiva tiene que esforzarse por escuchar tu mensaje con lo que conseguiremos que (1) se concentre (2) se calme (3) entienda el mensaje que le queremos transmitir. Si al terminar el mensaje secreto lo acompañamos con un “Venga, obedece, gamberrote” el éxito está casi asegurado. Es una técnica que realmente funciona muy bien. Al fin y al cabo ¿a qué niño no le entusiasma conocer un secreto?
6.    Ponte al nivel de sus ojos
Uno de los mayores errores de los padres que quieren que sus hijos les hagan caso es hablarles en la región periférica del campo visual. En esta región periférica los estímulos son percibidos por el cerebro como irrelevantes. Si les hablas a tus hijos de pie (mientras ellos están sentados en el suelo) o desde su espalda (mientras juegan a la consola) la probabilidad de que te hagan caso es muy pequeña. En esa disposición tú y tus intenciones resultáis irrelevantes. No es de extrañar que el padre o madre que se siente ignorado se frustre y acabe gritando, pero esto se podría evitar simplemente agachándote y poniéndote al nivel de sus ojos. Si sus ojos miran a tus ojos es muy probable que su cerebro también escuche tus palabras.
7.    Sácale del contexto
Cuando el niño está absorto en un juego o saltando sobre la cama con sus hermanos es difícil que te pueda atender. En estos casos sólo suele haber dos alternativas para conseguir que el niño preste atención a tus palabras. Una, es gritarle. La otra es sacarle del contexto que le tiene absorto. Si está jugando a la consola (cosa poco recomendable a estas edades), dile que la pare un momento, y si está en el cuarto de juegos o saltando sobre la cama, quizás te puedas tumbar en ella y, cuando salte sobre ti (que lo hará) puedes atraparlo y llevaros al cuarto de al lado. Si le sacas del contexto que le tiene absorto la probabilidad de que pueda escuchar lo que le dices aumentará.
    8.  ¡Grita! pero grita sin ira…
Gritar no tiene por qué ser necesariamente malo. Lo malo suele ser la ira que acompaña al grito. Para sortear esa ira prueba este pequeño truco. Justo antes de que estés a punto de perder la paciencia, pega un grito gamberro. Grita a tus hijos que te hagan caso y lánzate a por ellos con una guerra de cosquillas, achuchones o pellizcos. Puede que la calma no llegue inmediatamente a tu hogar, pero descargarás la energía negativa y, cuando acabe la pelea, ellos estarán más dispuestos a obedecer. Así que si lo necesitas, ¡Girta!…pero grita para jugar.
Prueba estas estrategias.  Comienza con  la 1 y la 2 y vete combinándolas con las demás. Verás como te resulta mucho más fácil conseguir que tus hijos  te escuchen sin necesidad de gritar. Os ahorraréis muchos disgustos y vuestra relación  no se resentirá.  Sigue aprendiendo estrategias para mejorar el comportamiento de tus hijos como las alternativas más efectivas a los gritos y castigos en el mejor curso de parenting en la red!
Alvaro Bilbao www.elcerebrodelniño.com